domingo, 16 de septiembre de 2012

Capítulo 39

Lo siento, lo siento, lo siento :( Sé que llevo unos días sin publicar nada en el blog y más aún sin continuar la historia de Sheila. Espero que podáis perdonarme :'( De momento, para compensaros, este es un poco más largo de lo habitual.
Tengo cosas que comentaros.
Para empezar, os aviso de que, al haber comenzado de nuevo el curso escolar, probablemente sólo pueda publicar entradas los fines de semana y algún que otro viernes. Voy a estar muy liada, pero tal vez pueda poner algo entresemana. No lo sé... Haré lo que pueda. 
La verdad es que estoy un poco triste porque hoy cumple el plazo de mi concurso de relatos y sólo ha participado una persona ¡UNA! :( En vista de estas circunstancias, voy a aplazarlo una semana, es decir, hasta el 23 de Septiembre para ver si alguien más se apunta. Si quieres participar, tienes toda la información aquí. Os deseo toda la suerte del mundo si decidís hacerlo. La verdad es que os lo agradecería un montón :)
Y para acabar esta entrada, os aviso de que a contiuación subiré uno de mis dibujos. Hacía mucho que no ponía ninguno ^^
Espero que os guste el capi.






Después de un tiempo que se me antojó eterno, Diego salió de la habitación sin despedirse, dejándonos solos. Las piernas se me habían dormido por estar tanto tiempo en la misma posición, pero tampoco me veía con la voluntad suficiente como para moverlas. Nada había en la habitación con lo cual yo pudiera calcular el tiempo que había pasado desde el tiroteo en el callejón. Ni siquiera la luz del sol podía en este caso darme información, pues también estaba desprovista de ventanas al exterior. A cada segundo que pasaba, mi deseo de verle despierto aumentaba en mi interior. Al mismo tiempo, me removía inquieta por la incertidumbre. ¿Y si Diego se equivocaba y Alan no salía de esta? Agarré con más fuerza su mano. Ya había perdido a demasiada gente y no iba a permitir que Alan fuera uno más. Con mucho cuidado, intentando no tocar a Alan, me tumbé a su lado. Aún sujetaba su mano entre las mías y no pensaba soltarla nunca. Realmente parecía estar durmiendo si no fuera por la sangre que se adivinaba debajo de los vendajes.

- Lo siento. – susurré. Con la seguridad de que la inconsciencia taparía mis palabras era más fácil decirlo.

Una lágrima solitaria rodó por mi mejilla, pero ninguna otra se sumó a ella. Tal vez se me habían acabado o quizás estaba demasiado cansada como para derramarlas. Reposé mi cabeza en el hombro sano de Alan. Decidí esperar a que se despertara, como hizo Isabel aquel día. Al principio, no me costó mucho, pero con el paso del tiempo cada vez era más complicado cumplir mi promesa. Al final, entré en un sueño intranquilo y superficial. De nuevo, volvía a estar a salvo, aunque no sabía durante cuánto tiempo.


Me desperté al oír que alguien abría la puerta. Me incorporé despacio, aún sin estar acostumbrada a la escasez de luz. Era Ángela. Traía en sus manos una bandeja de plástico con lo que consideré mi desayuno. Me separé de Alan, un poco azorada, y me dirigí al escritorio donde había dejado la bandeja. Ángela tenía un aspecto reluciente, yo, al contrario, lucía ojeras bajo mis ojos y el pelo sucio y desaliñado.

- Creí que querrías comer algo. – Parecía muy preocupada, pero no por mí precisamente. No dejaba de dirigir miradas furtivas a la cama y su ocupante, cosa que me molestó un poco. – Diego me ha contado quién eres. Espero que no te importe.

- No. – respondí con cautela. – No me importa.

- Bien.

Se alejó de mí para acercarse a Alan de puntillas, tal vez temerosa de que despertara en cualquier momento. Se arrodilló a su lado, tal y como yo había hecho el día anterior, y dijo algo que no pude entender por el volumen tan bajo que utilizó. Daba igual cuanto aguzara mi oído, sus palabras eran un secreto para mí. Después, para mi gran sorpresa, le dio un suave beso en los labios. Tuve que agarrarme al escritorio para no abalanzarme sobre ella y darle una bofetada en su preciosa mejilla sonrosada. Apreté con fuerza la mandíbula y la fulminé con la mirada mientras salía de la habitación sin girarse hacia mí. Justo antes de cruzar la puerta, pude vislumbrar lágrimas en sus ojos, pero no estuve segura de que fueran reales. Tampoco sentí compasión por ella, sino más bien odio. Aún tuve que contenerme para no perseguirla por la casa y desatar mi rabia con ella. 

¿Cómo se había atrevido a besarle estando delante de mí? ¡¿Quién se creía?! ¿La princesa que despierta al bello durmiente? De repente me di cuenta de que no tenía verdaderos motivos para enfadarme. Puede que Alan fuera mi amigo; bueno, a lo mejor amigo no es la palabra correcta, pues estuvo a punto de besarme en las escaleras, (el pelo de mis brazos se puso de punta con solo recordar el roce de su mano en mi piel) pero… Estaba confusa. No conocía a Alan. Me había limitado a insultarle unas semanas atrás y ahora confiaba en él incondicionalmente, sin más, como si fuera lo más normal del mundo. Era extraño, muy extraño. Sin embargo, aún recordaba con dolorosa exactitud el sentimiento de angustia y vacío que había sentido al creerle muerto. Todo parecía haberse acabado y perdido su sentido. ¿Significaba eso que me… gustaba? Simplemente, me importaba mucho y le debía otro tanto. Era la segunda vez que me salvaba la vida, lo que le convertía en la persona más importante que hubiera conocido nunca.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos por unos golpecitos en la puerta.

- ¿Puedo entrar? – Era Diego.

- Claro. – contesté.

Diego empujó la puerta entornada. No se había cambiado de ropa y, como yo, tenía apariencia cansada. Sin decir una palabra, se situó junto a Alan y empezó a examinar su herida del hombro. Había dejado de sangrar, pero no tenía buen aspecto. Mi estómago dio un vuelco ante la visión de las consecuencias que había provocado la bala en la piel de Alan. Diego se puso manos a la obra para limpiarla y tratar la infección. No desvié la vista en ningún momento. Era mi propio castigo. Diego continuó sus curas con infinito cuidado. Tocó la frente perlada de sudor de Alan y dijo:

- Tiene fiebre. Necesitaré un paño de agua fría. – Su semblante era inexpresivo, tan concentrado estaba en cumpli bien su tarea para con su amigo.

- Me puedo encargar yo de eso, si quieres. – me ofrecí. El trabajo me mantendría ocupada y lo haría encantada si eso ayudaba a su recuperación.

Diego inclinó la cabeza una vez, en señal de asentimiento y cruzó una puerta en la que antes no me había fijado. Al otro lado, había un cuarto de baño de paredes azul claro, del mismo color que mi habitación en la mansión. Recogió un barreño pequeño, un trapo y abrió el grifo para dejar correr el agua fría. Lo dejó todo encima de la mesilla de noche y se dio la vuelta para marcharse. Antes de irse, avancé un paso hacia él y le dije:  

-Gracias, Diego. – Mi voz era apenas audible, pero Diego había captado el mensaje. Se giró lentamente hacia mí, aún con expresión neutra, como si le hubiera dicho que hacía buen tiempo. – Por todo.

- Será mejor que comas algo. – No me esperaba esa respuesta para nada. La confusión me impidió añadir algo antes de que se volviera y abandonara el dormitorio.

El silencio recuperó su dominio en la estancia, aunque daba igual. La bandeja traída por Ángela aún estaba encima del escritorio con un vaso de leche y un plato lleno de galletas de pinta deliciosa. Sin embargo, y aunque ya acumulaba muchas horas sin haber ingerido ningún tipo de alimento, no tenía hambre. Regresé al lado de Alan, sentándome al borde de la cama, metí el trapo de tela dentro del agua helada y lo estrujé lentamente para escurrir el exceso de agua. Montones de veces le había visto hacer el mismo gesto a Samanta cada vez que enfermaba con fiebre, algo muy común en mi infancia. Y ahora era yo quien lo repetía sobre el rostro de Alan. Era mi turno de cuidarle. Ironías del destino, supongo.

El tiempo transcurrió arrastrándose con pereza. Al final, me había acercado a la bandeja y devorado las galletitas, las cuales, como había pensado, estaban riquísimas. La leche estaba fría cuando me la bebí, pero refrescó mi garganta seca. La temperatura de Alan parecía haber descendido un poco, aunque no podía asegurarlo sin tener un termómetro con el cual corroborarlo. Por si acaso, seguí aplicando el trapo frío por su rostro. Las yemas de mis dedos se habían arrugado debido al agua, aunque no le di la más mínima importancia. Lo malo era que era tan repetitivo que no podía evitar cabecear de vez en cuando a causa del cansancio. Tenía miedo de dejar desatendido a Alan, mas tampoco quería llamar a gritos a Diego o a la diablesa de Ángela.
Como si hubiera escuchado mis pensamientos, Diego cruzó el umbral de la puerta y se acercó sigiloso hacia mí. No me atrevía a enfrentarme a la indiferencia de sus ojos almendrados, así que evité mirarle a la cara cuando me levanté y le ofrecí mi lugar para que pudiera acercarse a Alan. Me retiré unos pasos hacia atrás y me senté al borde del escritorio, donde la bandeja de plástico estaba ahora vacía. Miré a mi alrededor con interés, ya que no me había fijado hasta entonces en cómo era la habitación.
Tenía pocos muebles: la cama, un par de armarios, el escritorio, una silla junto a este y un baúl con aspecto de tener muchos años. El cuarto no era tampoco muy grande; no se podía comparar ni mucho menos con la mía en la mansión. La madera oscura del mobiliario ensombrecía el lugar por el color granate de las paredes. Sin la posibilidad de tener luz natural, la que había provenía de una lámpara del techo en forma de cúpula y otra de pie, al otro lado de la cama. No había nada que funcionase como decoración, ni siquiera una triste foto. Esto último me desconcertó bastante. Esperaba aprender algo más de Diego mirando alguna instantánea suya, como había pasado en el piso de Victoria. Sin embargo, quien hubiera amueblado esa habitación parecía querer esconder todo lo bueno en los armarios antes de dejarlo a la vista de todos. Sólo se me ocurría una palabra para calificar la habitación: anonimato.
Decepcionada por la poca información que me aportaba, volví la vista inconscientemente a la cama. Allí Diego no estaba atendiendo a Alan como yo creía. Simplemente, le miraba. Me asusté. Ya no era inexpresividad o preocupación lo que vi, sino odio. Había visto muchas veces ese sentimiento reflejado en mi padre como para reconocerlo con facilidad en otras personas. No sabía qué hacer y entonces, Diego se inclinó sobre Alan y le dijo:
- No deberías haberlo hecho. Siempre supe que eras estúpido, pero no tanto. Me has decepcionado, Alan. – Se incorporó y dirigió sus pasos hacia la puerta. No pude aguantarlo por más tiempo.
- ¿Por qué le has dicho eso? – le reproché. Alan no podía defenderse de su acusación, por lo que tendría que hacerlo yo en su lugar. Diego me miró, ya con la mano sujetando el manillar de la puerta. Parecía debatirse entre salir o enfrentarse a mí. Hasta que alzó la cabeza y su odio recayó sobre mí. Era más alto que yo, más fuerte y, por tanto, su figura debería imponerme respeto cuanto menos; sin embargo, ya no iba a dar marcha atrás. Sostuve, con un valor que en el fondo no sentía, su mirada.
- Métete en tus asuntos, Johns. – Y abandonó la habitación procurando no dar un portazo.
Resoplé indignada. ¿Cómo podía ser así? Le debía mucho a Diego porque nos había sacado de un buen apuro, pero no parecía que eso le importase lo más mínimo. ¿Se arrepentiría de haberlo hecho? Eso me había dado a entender. Podía comprender que no quisiera ayudarme, pues yo misma me lo habría pensado si supiera que había alguien amenazando a todo aquél que me ofreciera ayuda. Entonces, si solo había venido para ayudar a Alan, ¿por qué parecía no querer ayudarle ahora? Sí, le estaba curando; sin embargo, lo hacía como si fuera su obligación no por voluntad propia. ¿Quién era Diego realmente? Alan había dicho que un buen amigo, pero eso era parte del pasado, al menos para Diego. En ese momento, más que nunca, deseé que Alan estuviera despierto y me ayudara a comprender lo que pasaba. Le necesitaba.
- ¿Sheila?



2 comentarios:

  1. NONONONONO! NO PUEDES DEJARME ASÍ! TÚ MALA PERSONA, DIOS VOY A MORIR DE UN PARO Y VA A SER TÚ CULPA!. Ay mierda, no la curiosidad me esta carcomiendo viva! esto no es bueno, no se que hacer si llorar o si reírme, ay más te vale que sea Alan y no sea otra persona porque ahí si que me muero de un paro,pero primero te mato!
    AAAAAH! Alan espero que sea vos y nos des una buena explicación sobre quien es esa Angela, esa chica ya no me cae bien...
    Un besote grande, Lucia.

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    1. Lo siento Lu :( el próximo estará pronto. Lo más probable es que lo publique este finde y entonces descubrirás si es Alan u otra persona... ;)
      cómo puede cambiar todo de un capítulo a otro, verdad? Antes te caía bien Ángela y ya no XD conoceremos su historia. O al menos una parte ;)
      Un beso enorme para ti Lucia

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