sábado, 29 de septiembre de 2012

Capítulo 42

Happy weekend !!! ^^ Señoras y señores, damas y caballeros, les presento el capítulo 42. No sé si voy a poder subir otro mañana. Lo más probable es que no, pero a lo mejor os sorprendo XD Estad atentos porque en este capítulo os adelanto que vamos a averiguar algunas cosillas sobre cierta familia... jaja Tendréis que leerlo para saberlo ;) Espero que os guste y a mí me haría mucha ilusión que me dejarais un comentario con vuestra opinión (sea mala o buena). Un beso y hasta mañana

PD. Este capítulo no tiene imagen pero si alguien quiere sugerir alguna, puede poner la URL en un comentario y yo estaría encantada de añadirla ^^ Y lo mismo digo con todos aquellos capis que están huérfanos de imagen. Apadrínalos ;)




- ¡¿Alguien me puede explicar qué está pasando?! – exclamé, todavía presa de la sorpresa inicial.

- Hemos decidido dejar a un lado nuestros pequeños… desacuerdos. – me respondió Alan con una sonrisa sin mucha alegría para tratarse de una reconciliación. – No tienes nada de qué preocuparte, Sheila.

- Hace una hora parecía que quisieras matarle, ¿y ahora le das un abrazo como si nada? – le solté a Diego, quien parecía estar mucho más interesado en observar a Alan que prestarme atención a mí. Me daba igual lo que habían visto mis ojos. El odio no se iba así, de repente. No podía ser tan fácil. Entonces, ¿Diego fingía? Le miré fijamente, aún esperando su respuesta, y tratando de vislumbrar algún rastro del desprecio que había mostrado hacia Alan momentos antes.

- Me equivoqué con Alan. – contestó con simplicidad. Le miré con desconfianza. Puede que hubiera logrado engañar a Alan, pero no iba a conseguir confundirme a mí. Los que traicionan, no dejan de ser traidores por mucho que traten de esconderse.

- Ya, y yo voy y me lo creo. – repliqué mordaz y crucé los brazos sobre el pecho.

- Puedes creer lo que quieras, Johns.

- ¿A qué viene este cambio?

- A nada que te importe. – respondió Diego e intercambió una mirada cómplice con Alan que no me pasó de desapercibida.

¿Qué me estaba perdiendo? ¿Por qué nunca nadie me contaba nada? Me sentí terriblemente frustrada. Tenía diecisiete años recién cumplidos que deberían hacerme respetar un poco más entre los que me rodeaban. ¿Por qué entonces nadie confiaba en mí?

- Por favor, Sheila, - Mi rabia se aplacó en parte al ver la súplica de Alan - ese es un asunto entre Diego y yo. Te aseguro que te lo contaría si te vieras implicada,  pero no es el caso. 

- Ya veo. Entonces supongo que querréis que me vaya para poder seguir discutiendo de vuestros asuntos. No os molestaré. – Me giré para salir de la habitación y alejarme lo más posible de ellos. A duras penas podía controlarme y evitar dar puñetazos a cualquier cosa que se hallara cerca de mí, claro que tendría que haberme parado y eso no entraba en mis planes. De pronto, una mano me sujetó de la muñeca y tuve que detenerme en seco, con el pie ya en el primer tramo de las escaleras. - ¿Qué…?

- No te vayas, Sheila. – Era Alan. Su palidez había alcanzado límites críticos. ¿Me había seguido aun estando tan débil? No debería haberlo hecho, pues el cansancio también había hecho mella en él. Ni siquiera me apretaba la muñeca con la fuerza de otras ocasiones. – Tenemos que hablar.

Me repuse de inmediato, recobrando parte de mi rabia escondida.

- ¿Ahora consideráis que estoy implicada? – No había sonado tan fría como me hubiera gustado, ya que no me era fácil enfadarme con Alan y mucho menos si me miraba con sus ojos de color esmeralda.

- No te enfades, por favor. Esto es muy complicado y peligroso y no quiero involucrarte sin necesidad.

- ¿Implicarme son necesidad? No puedes decidir por mí, Alan. Métetelo en la cabeza.

- Tienes razón. Por eso te estoy pidiendo por favor que vuelvas a la habitación.

- ¿Para qué? – Mi impaciencia iba en aumento. - ¡¿Para que me ocultéis más cosas?! ¿Para ignorarme?  

- No, para planear cuál va a ser nuestro próximo paso.

De repente, como si una caja guardada bajo llave se hubiera abierto, recordé que los Sword aún seguían en mi búsqueda. Karen seguía buscándome. Llevaba tanto tiempo en la monotonía de aquella casa que no había vuelto a preocuparme por ella. Sólo Alan había atraído todos mis sentidos, nada ni nadie más. Ni siquiera me había planteado un futuro más alejado del hecho de su despertar. Y ahora, la realidad se abalanzaba sobre mí, al igual que el miedo. Sin apenas darme cuenta de lo que hacía, deshice mi camino a la habitación aún unida con la mano de Alan. Diego nos esperaba sentado en la silla del escritorio y su pie tamborileaba en el suelo con impaciencia. Alan y yo nos sentamos al borde de la cama.

- ¿Dónde estamos, Diego? – le preguntó Alan. Su voz aún denotaba cansancio. Respiraba con cierta dificultad, pero poco a poco iba recobrando el aliento y serenándose. Si por mí fuera, le hubiera obligado a tumbarse en la cama; sin embargo, era consciente de que, sin él, no podría afrontar la situación, así que me obligué a concentrarme en nuestra pequeña reunión y tratar de convencerme de que Alan estaba bien. Por una vez, estaba dispuesta a formar parte activa de ella, a decidir, a opinar, a preguntar y llenar las lagunas de mi aislamiento del resto del mundo.

 - En la casa de uno de mis empleados. Está a las afueras de la ciudad, al oeste. La urbanización tiene un nombre… “La villa de Delois” o algo así.

- ¿Uno de tus empleados? ¿Acaso tienes algún negocio? – le pregunté a Diego. Éste me miró molesto, quizás evaluando si me respondía o no. No tenía mucha pinta de estar de acuerdo de que fuera buena idea tenerme delante.

- Sí. Dirijo un restaurante en el centro. Se llama…

- Diego’s. – completé. ¿Cómo no me había dado cuenta? Ya conocía a Diego. Nos habíamos encontrado más de una vez en su restaurante. Nunca habíamos cruzado una palabra, pero  debería haber sido capaz de reconocerle antes.

- Sí. – confirmó Diego. Ligeramente sorprendido de que lo conociera, aunque tratara de ocultarlo. Unas milésimas de segundo después, se había recompuesto de esa sorpresa y volvió a adquirir el aire de indiferencia que le caracterizaba. – De hecho, ese es uno de los problemas que tenemos. Me he tomado el derecho de cogerme unos días libres, pero tendré que volver tarde o temprano.

- Si no nos encuentran antes los Sword, claro. – Alan lo había dicho con gran pesar. Yo, en cambio, lo recibí con temor. Lógicamente, cuanto más tiempo pasáramos en un mismo lugar, más sencillo sería para ellos encontrarme.

- ¿Cuánto llevamos aquí?

- Tres días.

- Son muchos. – dijo Alan. – Lo mejor sería que nos fuéramos cuanto antes.

Miré con aprensión a Alan y su hombro. No estaba segura de que Alan estuviera capacitado para ir a ningún sitio si recorrer un pasillo le agotaba hasta ese punto. Aun así, ¿qué iba a hacer yo sin él?

- Sí, sería lo mejor. – Diego miraba a Alan de la misma manera que yo y negó con la cabeza. – Pero tu no podrás dar ni un solo paso, Alan. No hasta que te recuperes del todo, tal vez, dentro de una semana.

- ¡Dentro de una semana podríamos estar todos encerrados en un cuartucho con una pistola en la cabeza, Diego! – gritó Alan.

Ahogué un grito. En cambio, Diego se limitó a soltar un resoplido de exasperación y rodó los ojos, lo que dio pie para que empezaran a gritarse cada vez más alto, intentando superarse el uno al orto. Cerré los ojos y me tapé la cara con mis manos, mientras Alan y Diego continuaban tirándose dardos envenenados como si la reconciliación hubiera muerto de nuevo para dar paso a una onda destructiva. La muerte era mi mayor miedo, la pesadilla que me acompañaba sin que yo pudiera hacer nada por detenerla. ¿Así acabaría mi vida? ¿Con mis sesos desperdigados por las paredes de un cuartucho?

- ¿De verdad crees que estás en condiciones de ir a ningún lado, Alan? ¿Tan estúpido eres que te arriesgarías a ponerla en peligro por tu culpa? – decía en ese momento Diego, mientras me señalaba con el dedo.

- Yo no… - empezó a decir Alan.

- ¿Tú no qué? ¿No quieres que viva?

- Claro que quiero que…

- Pues abre los ojos. – agregó Diego con frialdad. – No podrás levantarte de esta cama en unos días y eso nos deja con dos opciones: o nos arriesgamos a quedarnos y que nos encuentren o dejas que continúe por su cuenta.

- No está preparada para eso.

- Entonces, ¿la obligarás a quedarse aquí contigo a sabiendas de que una pistola puede acabar en su cabeza como tú mismo has dicho?

Alan agachó la cabeza, dándose por vencido. Diego no hizo ningún gesto que indicara su triunfo en aquella pelea, es más miraba a Alan como si tuviera la esperanza de que siguiera dando la cara y se atreviera a contradecirle.

- No puedo decidir por ella. – contestó al fin. Diego frunció el ceño y ambos se giraron a la vez hacia mí.

Sostuve la mirada de Alan, quien había vuelto a perder la fortaleza de golpe. Me había escuchado. Por una vez tenía la opción de elegir, tener la voluntad de decir que no.

- Primero quiero saber a qué me enfrento. Sólo sé que los Sword y los Johns compiten de alguna forma, pero ¿qué hacen?

- ¿Me estás vacilando, Johns? Tú eres la que debería darnos esa información y no al revés. - Desprecio e incredulidad se mezclaban con la burla y el sarcasmo. 

- Siento defraudarte, Diego, pero es lo que hay. Te jodes. – Diego frunció el ceño, como si nunca hubiera pensado que fuera posible que tales palabras salieran de mis labios, aunque, si se sentía molesto, no era tanto por mi forma de expresarme como por el simple hecho de contestar. – Estamos perdiendo el tiempo. Contádmelo y punto.

- ¿Así que has vivido en tu castillo de princesa de color de rosa todo este tiempo? Qué feliz has debido de ser… - Me mordí el labio con fuerza mientras notaba que la sangre me hervía en las venas. Diego y yo teníamos conceptos diferentes de lo que era la felicidad. – Pero como quieras. Te pondré al día, Johns.

>> Tu maravilloso padre dirige todos los movimientos del crimen organizado. Sí, has oído perfectamente. – añadió. Mi cara debía ser todo un poema de sentimientos confusos. – Crimen organizado, mafia, gente sin escrúpulos o como quieras llamarlo. Asesina, roba, chantajea, secuestra… Todo es válido en su jueguecito. La mayor parte de los negocios de Delois están bajo su control. Juega con el miedo de las personas y les amenaza con liquidar a sus amigos y familiares si no consigue lo que quiere. Un hombre de lo más majo, vaya.

>> Pero los Sword no se quedan cortos. Cometieron los mismos crímenes que Johns, solo que con menos discreción; por eso perdieron Delois. Tanto da. Ahora luchan por recuperar lo que antes era suyo. Claro que Delois no es la guinda del pastel, sólo es un pequeño tentempié. Hay muchos más lugares por ahí donde decir “Sword” o “Johns” significa tener problemas.

- ¿Y la policía? ¿El Gobierno? No sé… tiene que haber una forma de pararles los pies. – El miedo ya era patente en mi voz. No pude evitarlo. Saber que no era la única recibidora del odio de mi padre no era ningún consuelo, sino un peso más a mi espalda. La esperanza de que mi padre dirigiera una inofensiva distribuidora de yogures o algo por el estilo, se había ido por el garete y había dejado su puesto a un profundo temor. ¿Cómo iba yo a escapar de eso?

- No me hagas reír, Johns. Nadie testificaría contra ninguno de ellos o de alguno de sus sicarios. Tienen demasiado miedo. Y aunque así fuera, los hilos de la política son muy fáciles de mover. No es ningún obstáculo para ellos.

- Pero se puede escapar, ¿no?

- No es tan fácil. Muchos de ellos tienen familias o llevan a su espalda las amenazas por ambas partes. Por no hablar de que muchas de las salidas de la ciudad están estrictamente controladas por tierra y aire.

- ¿Y qué se supone que debo hacer?

- Huir, salir corriendo todo lo que puedas de aquí antes de que te echen el lazo.

- ¡Pero si tú mismo has dicho que es imposible! – exclamé fuera de mí.

- No he dicho eso. Tu única vía de escape es el bosque.

- ¡¿El bosque?!

- Sí. Todo Delois está rodeado por él y no es fácil de vigilar. Está muy bien vallado, por supuesto, pero solo hace falta un buen contacto para pasar.

- ¿Quién?

- No tan rápido, Johns. – Fruncí el ceño sin proponérmelo. – No pensarás que voy a decírtelo, ¿verdad? Me cortarían el cuello.

- Pero…

- ¡Ya basta! – dijo de repente Alan. – Ya está bien. Creo que Sheila tiene una idea bastante clara de lo que hay ahí fuera, así que ahora todo depende de ella.
Diego abrió la boca, pero la volvió a cerrar. Ahora era mi turno.


5 comentarios:

  1. QUE FUERTE! crimen organizado? no me lo esperaba en serio! me muero por el siguiente! me encanta jaja:D
    muchos besitos y mucho animo guapa!

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    1. Gracias Esther ^^ es muy fuerte, verdad? ;) jajaja Gracias por lo ánimos. El próximo creo que lo pondré el fin de semana que viene. Te espero para entonces ;)
      Un beso

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    2. jajaja alli estaré la primera para leerlo:)

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  2. AH YA LO SABIA! el papá de Sheila, nunca me callo bien, y un obre tan malvado como para dejar a su hija, no puede dedicarse a otra cosa que no sea el crimen organizado...
    Me encanto el capitulo, esta historia cada vez se pone más interesante.Ya espero el próximo capitulo!
    Un besote grande, Lucia.

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    1. Se veía venir que no era un distrubuidor de yogures XD Muchas gracias por comentar Lu!! ^^ Me dais muchos ánimos para continuar escribiendo y haceros que os comáis las uñas ;) Como le puse a Esther en el otro comentario, el siguiente capi estará el finde, proablemente el sábado.
      Un beso :)

      PD. Luego me paso por tu blog para leer tu capi. Me tienes super nerviosa con lo del concurso también jajaj

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