lunes, 6 de enero de 2014

Capítulo 67

Feliz día de Reyes!!!! ^^ Sé que, a lo mejor, no todo el mundo que está leyendo esto celebra esta tradición, pero si en efecto, como yo, disfrutáis de ella, espero que os hayan traído muchas cosas ^^ y lo que es más importante, que os hayan traído algo de ilusión y la oportunidad de compartirlo con vuestra familia y amigos :) 
Yo he fallado este fin de semana pasado :( Lo sé, no empecé muy bien el año porque no subí ni la encuesta ni los villancicos que quedaban T_T La encuesta la resolveré, pero los villancicos creo que tendrán que esperar a que la navidad vuelva a nuestras vidas el próximo diciembre...
Sin embargo, hoy es un día de regalos y yo os traigo el mío en forma de capítulo ;) ¡Por fiiiiiin! :D Por cierto, he hecho un cambio muy importante en la historia, pues ahora que está llegando a su fin (creo que llegaré como máximo al 70) creía que era mejor utilizar un narrador en tercera persona y verlo todo desde una perspectiva más general. Espero haber acertado :S 
Ponedme en los comentarios si os ha gustado este cambio ;) O contándome, por ejemplo, de qué se trata ese plan que se menciona en el capi :P ¡Comentad todo lo que queráis! jajaja 
Un beso enorme y hasta la próxima :)






5 años después


Las últimas luces de la tarde morían en el horizonte del bosque, tiñendo de sangre el cielo. Los rayos que atravesaban la ventana del despacho llegaban agonizantes al escritorio que lo presidía, apenas fundido ya su pálido resplandor en la oscuridad reinante del lugar. Un par de lámparas alumbraban reticentes la sala, pero su luz solo enfatizaba la penumbra. Así pues, las sombras y su negrura tenían el poder de esconder sus secretos entre los trazos de tinta y los libros de cuentas, convirtiéndose en las guardianas del odio y su cruel sed de venganza, de la sangre derramada por los cientos de páginas, de los gritos agonizantes de los nombres sin rostro, de las atrocidades de una familia y su legado maldito a través de los años. Aquel era el lugar donde la ira se fortalecía con cada victoria arrebatada y el dinero se convertía en el tesoro de los necios.
               Era allí donde ahora dos personas cruzaban amenazas y reproches llenos de rencor. Los dos sabían que aquella batalla no la vería ganar ninguno de ellos, pues les enfrentaba el peor regalo que existía: el poder. “Regalado”, precisamente, era lo que repetía el hombre de tez oscura y naturaleza regia. “Por derecho propio”, rebatía la voz sólida y desproporcionalmente dura de un rostro aún joven.
               - Ya has hecho suficiente daño a esta familia. No te mereces llamarte Johns.
               Sus palabras, en cambio, no perturbaron la firme fachada tras la cual se escudaba la joven, acostumbrada como estaba a parar los golpes de decenas de adversarios. Así lo corroboraban las infinitas grietas que surcaban la superficie de dicha máscara, visibles a cualquiera que se fijara con la suficiente atención. Todo soldado se habría sentido orgulloso de exhibir abiertamente tantas victorias, pero no ella, quien se negaba a aceptar que existía algo tan puro y bueno como el orgullo o el perdón en lo que ella se había visto obligada a hacer día tras día.
               Es por esto que no sintió miedo cuando su enemigo alzó su pistola dispuesto a perforarle el corazón de un balazo. ¿Qué más podía perder ya? Le miró y le retó a hacerlo, a apretar el gatillo, a segar otra vida más, a acabar con todos sus problemas de un solo disparo, a salvar lo poco que quedaba de su familia y recuperar el poder que les correspondía en el mundo.
               Él la miró, sorprendido por su valor ante la muerte; no obstante, luego comprendió lo inútil e irresponsable de ese mismo acto y sonrió triunfante, sabiendo que la partida había llegado a su fin.
De repente, una mano se movió y le golpeó en la base del cuello, dejándole inconsciente incluso antes de que pudiera tocar el suelo. El arma se soltó de su mano y fue a parar a los pies de su salvadora, quien la recogió deprisa y la descargó con apenas un par de movimientos expertos.
               - Podrías haberme avisado de que tenías visitas, ¿sabes?
               Karen Sword, tan deslumbrante como siempre, se giró hacia Sheila con la indignación aún pintada en su mirada, mas esta se tornó en confusión cuando descubrió la inexpresividad de sus ojos al mirar con impasividad el cuerpo de su contrincante tendido en la alfombra, totalmente inmóvil, quizás empezando a perder el calor de su sangre. Tal y como vio una vez a…
               - Sheila, ¿estás bien?
               La pregunta la sacó de su ensoñación y se obligó a olvidar aquellos pensamientos o, al menos, a apartarlos por el momento.
               - Sí, Karen. Estoy bien… - Ni siquiera se esforzó en mostrar atisbo alguno de sonrisa, dato que, sumado al aspecto de cansancio general que presentaba, no pudo sino preocupar a la hija de los Sword. – Ayúdame a sacarlo de aquí.
               Su compañera asintió con la cabeza y, juntas, arrastraron el cuerpo sin sentido del hombre hasta una de las puertas contiguas, la cual cerraron con llave para más precaución. A continuación, Johns le ofreció una copa de vino que la de ojos aguamarina no pudo rechazar. Definitivamente, ambas necesitaban un trago.
               - No tenemos mucho tiempo, Karen – Dio un largo sorbo a su copa y se acomodó en uno de los sillones del despacho, algo que no tardó en imitar su socia. – ¿Te han seguido?
               - No – La seguridad era patente en su voz. – Es imposible que nadie sepa que estoy aquí. He tenido cuidado.
               - Eso está bien – Un ligero alivio surcó el corazón de Sheila; no obstante, bien sabía que no debía bajar la guardia. No estaban seguras. – Vayamos al grano, Karen, no sé cuándo vamos a poder vernos de nuevo, si es que volvemos a hacerlo alguna vez…
               - ¿Qué estás diciendo, Che? – Aquel ridículo mote había arraigado en ella por culpa de Lucía, quien se burlaba de ella por haber sucumbido a su manía. – ¿Qué ha pasado?
               - Yo no he invitado a Suárez – comenzó Sheila sin apartar sus ojos del vaso de cristal y el líquido escarlata, como si las palabras que tanto odiaba pronunciar fueran a surgir de las ondas que provocaba sutilmente su muñeca. – Ha sido él quien se ha presentado aquí intentando chantajearme con este estúpido acuerdo. – La mirada de su nueva invitada recayó inconscientemente en la multitud de documentos dispersos por la mesa pero no divisó el acuerdo al que se refería.
               - Suárez es de los tuyos.
               - Sí, - confirmó Johns. – es de los nuestros, un pez gordo, sin duda. Es el director de una de las empresas más importantes dentro de nuestro círculo, aunque en sus ratos libres se dedica a planificar mi muerte. Todo un elemento.
               - Esto no es bueno… - concluyó Karen tras un momento de silencio. – Si ese capullo ha decidido dar la cara significa que no van a esperar mucho más.
               - Es peor que eso. – Los ojos de Sheila conectaron al final con los de su antigua enemiga,  provocándole un auténtico escalofrío a Sword. Tanto dolor… - Lo saben.
               El golpe fue devastador para la de los Sword, quien a duras penas pudo ocultar su sorpresa.
               - ¿Cómo que…? - Era la primera vez que Sheila la veía dudar, pero no tenía tiempo para compadecerse de su amiga.
               - No lo sé, pero el caso es que han descubierto que hemos estado trabajando juntas todo este tiempo. No tengo ni idea de hasta qué punto conocen nuestro objetivo, pero, por nuestro bien, espero que no mucho.
               - Tenemos que hacer algo. No podemos permitir que arruinen todo en lo que hemos trabajado estos últimos cinco años. No ahora que estamos tan cerca…
               - Estoy de acuerdo – asintió la muchacha en un vano intento de tranquilizar a su amiga. Apuró lo poco que quedaba de su copa y con un suspiro de resignación se dispuso a decir lo que ambas ya sabían. – Hay que poner en marcha el plan antes de lo que habíamos pensado.
               - No – La violencia de su oposición golpeó a Sheila con fuerza, pero no la hizo retroceder.
               - No tenemos otra opción.
               - Hay otras formas de lograrlo – insistió Karen, fulminándola con la mirada.
- ¿Ah, Sí? - Sheila enarcó una ceja, suspicaz. – Soy toda oídos.
Karen no se alteró ni rompió su perfecta entereza, pero desvió la mirada de los ojos de su amiga, preocupada por el breve destello de locura que había creído ver en ellos. Sin embargo, lo que, en verdad, no podía soportar era ver la derrota pintada en sus pupilas, como si ya se hubiera rendido incluso antes de pelear. “Bien, pues lucharé por las dos”, sentenció Karen en su mente.
- Podríamos acabar con tus opositores y reforzar tu puesto en la organización, así no tendríamos que preocuparnos por ellos – expuso pensativa Sword, inmersa en sus cavilaciones para poder salir del callejón en el cual Johns la había metido. – O podríamos obligar a Suárez a hacerles cambiar de opinión. A él le escucharían.
               - No funcionaría.
               - Eso no lo sabes – replicó tajante Karen, manteniendo a raya su furia.
               - Pues claro que lo sé – bufó Sheila, cansada de escuchar las absurdas ideas de su compañera. – Nunca se rendirán. Siempre habrá alguien convencido de que lo mejor para todos es quitarme de en medio. ¿Por qué no quieres verlo? Tú más que nadie deberías saber lo que es intentar mantenerse en la cúpula de este maldito circo. La única salida, si queremos que esto funcione, es seguir con el plan.
               - ¿Y después qué? – le preguntó. - ¿Crees que no sé lo que tienes pensado pedirme? ¿Crees que no sé que vas a nombrarte tu sucesora? – Sheila no pareció inmutarse, pero Karen conocía cada uno de sus gestos y no necesitaba de nada más para confirmar sus sospechas. – Jamás me aceptarán como su líder. Deberías saberlo ya.
               - A mí no me ha ido tan mal – repuso Sheila con sorna, renunciando a defenderse.
               - No es lo mismo.
               - ¿Acaso importa? – exclamó Sheila. - Si el plan funciona, no tendrás que preocuparte por eso durante mucho tiempo.
               Karen negó con la cabeza.
- No voy a permitir que lo hagas. – La intensidad de su mirada habría acobardado a muchos; sin embargo, Sheila se había hecho inmune a su hielo, sabedora del gran corazón que se escondía entre tanto frío. – Es demasiado estúpido. ¡Incluso para ti!
- Al revés, es lo que más sentido tiene ahora mismo – prosiguió  la muchacha, haciendo caso omiso de sus ofensas. – No voy a echarme atrás, Karen. Está decidido. Punto.
- ¿Se lo has dicho a Lucía? – contraatacó con una sonrisa con trampa.
- ¡¿Estás loca?! Me mataría antes de que pudiera decir el primer “pero”.
- Y con razón.
- ¡Ya está bien, Karen! – exclamó Sheila, harta de escuchar su negativa. Desde el principio, sabía lo difícil que le resultaría convencerla, pero jamás habría pensado que se toparía con un muro tan impenetrable como el que Karen había construido, fruto de una cabezonería que, aunque lógica y comprensible debido al calibre de lo planteado, resultaba infantil y sin sentido dadas las circunstancias en las que se habían visto envueltas.
Se levantó del sillón con brusquedad y la contempló con decisión desde allí.
- No necesito tu permiso. Sólo quiero saber si puedo contar contigo o no.
- ¿Contar conmigo? – inquirió ella con indignación y sorpresa, al mismo tiempo que se alzaba para quedar un poco por encima de Johns. – Sabes que siempre he intentado ayudarte, incluso cuando tú no querías que lo hiciera, pero odio quedarme de brazos cruzados mientras te veo cometer el peor error de tu vida.
- Sólo te pido que confíes en mí – concluyó Sheila en un susurro. Estaba harta de discutir con todo el mundo, tan cansada…
Karen frunció el ceño y dio un paso a un lado, alejándose de ella. Sus tacones resonaron por la habitación, amortiguados en parte por la imponente alfombra que cubría el parqué. Sheila agachó la mirada, sintiéndose de pronto sin fuerzas. Se había acabado.  La había perdido y, lo que era peor, había sido por su culpa, por haberla empujado a una posición imposible, por obligarla a escoger en una de las decisiones más importantes de sus vidas. Volvía a estar sola. ¿Es que podía esperar otra cosa? Estábamos hablando de ella; la suerte nunca estaba de su parte, precisamente.
Mientras tanto, Karen había rodeado el gran escritorio para detenerse ante un pequeño portarretratos cuya localización, apartada del resto, lo hacía pasar de desapercibido a primera vista. Sin embargo, había un detalle que lo diferenciaba de todos los demás, pues, en lugar de mostrar sin reparos la imagen que él mismo enmarcaba, se encontraba dando la espalda al impaciente público, como si, debido a la timidez, quisiera esconder a los curiosos su tesoro. Karen, llevada por esa misma curiosidad, lo cogió entre sus manos y lo giró con cuidado, revelando la fotografía que guardaba con tanto recelo.
Eran ellas. Las tres posaban alegres, congeladas en mitad de un brindis visiblemente improvisado. Karen sonrió sin proponérselo, reconociéndolo de inmediato como el cumpleaños de Lucía de cinco años atrás.  Aquel día, se habían reunido todos en el diminuto apartamento de la propia Lucía (o Lu, la llamaba Sheila), donde se encontraban a salvo de sus respectivas familias. Apenas era la segunda o la tercera vez que pisaba esa casa, pero todo le resultaba de alguna forma familiar. El piso era el reflejo de la personalidad de su propietaria, muy vivo y algo alocado, una mezcla en la cual los elementos más formales y tradiciones parecían encajar sin problemas con otras decoraciones más modernas y extravagantes. Aún recordaba cómo Diego había tenido que apañárselas para poder sacar la foto en el reducido espacio del comedor. Por desgracia, tanto cuidado no sirvió de mucho, ya que, poco después, tiró una de las figuritas de la estantería. Lucía se puso como una furia y empezó a perseguir a Diego por toda la casa, atacándole con uno de los cojines mientras intentaba escapar de las cosquillas de su novio. Nunca se hubo reído tanto como aquella tarde y, aún hoy, era muy agradable sentirlo, aunque solo fuera en su memoria.
Sin embargo, Karen dedujo en seguida por qué Sheila había decidido esconderla a los ojos de los demás, pues aquella foto representaba mucho más que una simple fiesta; las mostraba tal y como nunca se atrevían a hacer de cara a los demás: reales. Libres del maquillaje, los opulentos vestidos, trajes y lujosas joyas de diseño, miraban a la cámara orgullosas de poder olvidarse de las mentiras y los engaños para demostrar quiénes eran en realidad, o más bien, quiénes hubieran sido si de ellas hubiera dependido elegirlo.
Se habían atrevido a dejar de lado el miedo, la desconfianza y las dudas para forjar una unión fuerte y sólida como el hierro. Una amistad tan natural que incluso a ellas mismas las impresionó en un principio, convencidas de que sus pasados pesarían demasiado a sus espaldas como para creer en la existencia de un futuro. Pero, juntas, siempre juntas, superaron todo eso y empezaron a afrontar sus vidas con la esperanza de que, pasara lo que pasara, tendrían alguien en quien confiar.
Confiar… “Confío en Sheila”, se dijo Karen, devolviendo el marco a su posición original. Se giró hacia su amiga, quien no había dejado de observar cada uno de sus movimientos, temerosa de su próximo paso. Karen le devolvió la mirada y, poco a poco, se fue aproximando a ella. Los ojos de Sheila estaban enrojecidos, señal de su claro intento por no llorar. Karen la atrajo hacia sí y la abrazó con fuerza, sosteniendo su frágil cuerpo entre sus brazos. Johns no pudo aguantar por más tiempo el nudo de su garganta y rompió en lágrimas sobre su hombro, desatando la tensión que se había formado en su corazón.
- Puedes contar conmigo – le declaró en un susurro. Sheila la estrechó aún más fuerte y, tras recomponerse un poco, le devolvió un débil “gracias” antes de separarse. - ¿Para cuándo quieres que lo tenga listo?
- Tres días serán suficientes – logró articular Sheila aún embargada por la emoción.
- Tres días… - La idea se le antojó extraña, ajena. Tres días antes de que todo cambiara. – Cuenta con ello, pero, por favor, si cambias de idea, si en cualquier momento quieres acabar con esta locura tuya; dímelo. De inmediato.
- Hecho – aceptó, ya con las lágrimas desaparecidas de sus mejillas.
- Sólo prométeme que no desaparecerás del todo, ¿vale? Que… - Karen tuvo que detenerse a coger aire. Todo esto la sobrepasaba. Jamás había sentido tanta angustia en su interior, como si su pecho quisiera explotar en llanto y cubrirla con un tupido velo negro. – Que encontrarás la forma de… de estar con nosotras…
- Lo prometo – dijo Sheila con convicción. No pensaba abandonarlas nunca.
- Y ahora vete a arreglarte el rímel y seguir con tus cosas. Tienes trabajo por delante.
La orden hizo reír a Sheila. Conocía de sobra a Karen como para entender lo difícil que había sido para ella renunciar a lo que se le había encomendado desde pequeña: ser despiadada, fría como el hielo e implacable cual tormenta de nieve. Thomas Sword se habría sentido humillado si viera ahora a su hija al borde del llanto por culpa de la persona que debería haber odiado hasta la muerte. Sólo por eso, Sheila se sentía un poco mejor.
- Te llamaré pronto.
- De acuerdo – asintió Karen, quien empezaba a sentirse incómoda por los deseos contradictorios de marcharse o acompañar a su amiga hasta el final. - ¿Hablarás con Lucía?
- Eso me temo – bromeó Sheila. – Me va a odiar por esto.
- Tranquila, yo me encargaré de que no lo haga.
- Gracias – Aquella palabra jamás llegaría a alcanzar el significado de su corazón errante, mas fue lo único que se le ocurrió en aquel momento, atascada en la idea de que podía ser la última vez que su memoria capturara la imagen de la irritantemente brillante Karen Sword.
- Gracias a ti por enseñarme quién soy – Una única lágrima escapó fortuitamente. Ninguna más la acompañó en su destino. – Hasta pronto, Che.
- Hasta pronto.
Y así, sin atreverse ninguna de ellas a pronunciar el fatídico “adiós”, Karen se soltó de las manos de Sheila y se encaminó hacia la puerta del despacho, incapaz de mirar atrás. Che tampoco lo hizo, razón por la cual, es chasquido de la cerradura le pilló por sorpresa. Cuando al fin se dio la vuelta, Karen ya había desaparecido, dejando la habitación terriblemente vacía y oscura. Suspiró con cansancio y volvió al escritorio. Sword tenía razón, tenía mucho trabajo por delante.




No hay comentarios:

Publicar un comentario